Guerra Lógica

Estaban ahí, aún no había amanecido y seguían comiéndome la mente. Abriendo de a poco los ojos tratando de no ver, muy de a poco, pensando en no pensar, mas despacio tratando de que no lo noten, asi era mi comienzo del día todos los días, operación rutinaria que terminaba siempre en lo mismo, era inminente.

No se bien cuando fue que comenzaron a aparecer, puedo arriesgarme a decir que tenía unos doce años, era muy chico y no estaba preparado. Mis armas: televisor, hermanos, libros, reloj, etc. Todo aquello que pertenecía a la realidad era útil para defenderme. Sabía que atacaban por las noches, no tenían demasiada fuerza aún y eso me daba una ligera ventaja que aprovechaba rapidamente fijando mi atención en cualquier cosa que me devolviera al mundo. Siempre era igual, batallaba para poder conciliar el sueño noche tras noche hasta que al parecer se rindieron.

Como en casi todo, lo que es no es lo que aparenta. La calma que experimentaba dejó abiertos varios frentes, ya sin cuidado de lo que podía pasar digería el sueño sin notar que por detras los susurros se volvían voces, las voces se volvían gritos y lo que alguna vez pensé derrotado retornaba.

Se habían vuelto muy poderosos, mis armas se volvieron obsoletas, me arrastraban a su espacio entre las sombras y día a día veía como crecían.

La eterna lucha me dejaba agotado, dormía poco, soñaba mucho. A cada minuto buscaba maneras de derrotarlos, vivía atormentado por sus bullicios y cualquier momento de debilidad era oportuno para que arremetieran con todo hacia mi, dejandome de rodillas, suplicando piedad.

Decidí que era hora de poner fin a esta locura e ideé un plan que no sabía si iba a funcionar pero que de seguro era mejor que nada. Busqué nuevas armas: papel y lápiz. Y comencé la defensa.

Me dejé llevar a la irrealidad en las sombras de las sombras para conocer a mis enemigos, era a todo o nada, al fin terminaría, estaba seguro. Me encontré cara a cara a todos ellos, los entendí, los describí, los dibujé y di forma real. Ahora conocía su tierra y ellos la mía, era cuestión de lograr un método, una aproximación que rellenara tanto el paréntesis como para cegarme de una vez por todas del cero que aguardaba al final. Mis enemigos plasmados en papel se veían debiles, tomé el lápiz y me dirigí hacia el primero de ellos, casi accidentalmente note lo que nunca advertí: simplificarlo era fácil y asi lo hice. Ahora que lo entendía podía acabarlos, di rienda suelta a mi imaginación y ataqué a mas no poder con razonamiento en lo que probablemente sea la última pelea. Entre rectas, curvas, y tachones una nube de lógica vació el campo de batalla y luego el silencio.

No se que ha pasado con ellos, ahora estoy bien, soy libre de lo que una vez me apresó y espero seguir asi siempre.

José Ignacio Martín

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